Observo como comienza el día con un nuevo amanecer; el sol comienza a despuntar en el horizonte tiñendo el cielo con colores cálidos. Como cada día sostengo la espada con una mano y la Rosa de Amoch con la otra; miro al frente y contemplo las banderas, una a una. «Están todas», pienso, tratando de sonreír, aunque mi condición física me lo imposibilita.
La plaza aún necesita tiempo hasta cobrar vida y permitirme contemplar, un día más, a los antiguos que la transitan. Ancianos alimentando a las aves que corretean, jóvenes y adultos cargados con sus instrumentos de trabajo donde destacan los largos tubos llenos de planos y dibujos, parejas caminando cogidos de la mano y niños pequeños andando con rapidez a las escuelas. En el trasiego de la mañana consigo fijarme en el papiro que lleva una niña entre las manos, no sé si me sorprende más ver uno de los libros de Delia fuera de su residencia o verlo en manos de una chica tan joven. En cualquiera de los casos, recuerdo muy bien nuestra estancia en la Biblioteca:
«Lu no se equivocó cuando nos dijo que reconoceríamos la Biblioteca sin problemas; desde la colina donde nos encontramos solo se ve el bosque extendiéndose frente a nosotros hasta tocar el mar, con un megalómano edificio de roca alzándose imponente en el acantilado que separa tierra y agua, verde y azul. Caminamos entre los árboles sin perder de vista nuestro lugar de destino, la gran masa pétrea sin formas definidas; según nos vamos acercando, más grande y contundente se percibe el edificio. Hasta que llegamos junto a la entrada y nos sorprendimos mirando hacia arriba para buscar el cielo entre tanta roca.
No necesitamos llamar, Lu ya avisó a Delia de nuestra visita y nos encontramos la puerta entreabierta. Entramos al interior, o más bien, nos dejamos absorber por la roca para encontrarnos con un espacio paradisíaco con jardines exuberantes de agua y vegetación, esculturas y rocas entrelazadas creando formas que remiten a otras épocas y lugares. Por todos lados hay papiros enrollados junto a instrumentos de escritura; una hilera de rocas asciende talladas en la pared indicándonos el camino a seguir. Subimos por las escaleras hasta llegar a una amplia terraza con vistas al mar.
Sentada, al borde de la terraza, con las piernas colgando sobre el acantilado… nos encontramos con Delia escribiendo. Nos acercamos a ella en silencio, tratando de no interrumpirla mientras escribe una de las obras con las que deleitarnos. Levanta la mirada del papiro y observa sentada el atardecer, con el reflejo del sol poniente en las ondulaciones del mar y tres islas mostrándonos su silueta a contraluz.
Antes de que el sol desaparezca por el horizonte, ojeo lo que ha escrito Delia en el papiro y leo: “Le miré esperando una de sus respuestas sentimentales, esas que tanto me gustaba oír, pero esta no llegó. Solo asintió, con la mirada ausente y los pensamientos en otro lado, y sentí un vacío en mi interior. Tenía más amigos, claro, pero él era el único en el que de verdad confiaba, al que le contaba todo, mis alegrías y mis penas. Y en aquel momento ese lazo se estaba rompiendo. Creí que en cuanto me subiera al carromato ya no estaría unida a él. Que todo lo que habíamos vivido hasta ese momento se perdería. Me entró pánico por dentro
—¿Quién no ha sentido nunca esto?”
—¿No es precioso? —pregunta Delia con una voz dulce que no evita que me sobresalte— Poder escribir y hacer lo que una más desea con estas vistas; vivir en un castillo aislada de los ruidos del exterior para poder concentrarse, pero teniendo en el interior la mayor colección de papiros de todas las Tierras Antiguas y un sin fin de fuentes de inspiración en los jardines, las aves y todo lo que me rodea.
—¿Solo necesitas eso? —pregunto asombrado. Lu me dejó leer alguna de las obras de Delia y no pude encontrar palabras para describir lo que me conseguía transmitir con su escritura; necesitaba ver a la autora para saber cómo hacía para escribir tan bien.
—Mucho trabajo, muchas ganas y nada de miedo a dejar volar la imaginación —responde. Me mira a los ojos con curiosidad y pregunta—. ¿Qué te ha parecido lo que has leído?
—Yo… esto, perdone. Disculpe…, no era mi intención —me trabo al hablar tras ser descubierto y noto cómo me sonrojo rápidamente.
—No te preocupes, me gusta saber la opinión de los lectores; sin ellos, no sería casi nada.
—Me ha gustado mucho; tengo ganas de leer más —respondo algo más tranquilo—. ¿Cómo se titula? —pregunto con curiosidad.
—Me alegra saberlo —dice la escritora con una sonrisa, se acerca a las escaleras y comienza a bajarlas— El título nadie lo sabe.
Una vez en la planta principal, se dirige a una serie de rocas que marcan la entrada a una sala distinta, nos invita a entrar y se interna en la sala.
Solo la luz de la luna nos ilumina la estancia; solo la luna me muestra los cientos y miles de papiros que nos rodean. Doy una vuelta en torno a mí mismo mientras contemplo asombrado todas las obras de arte que tiene Delia. Ella se ha acercado a una de las estanterías y está rebuscando entre los papiros; cuando encuentra lo que busca, saca el papiro y me lo entrega.
—Algunas veces; puede que muramos por amor —dice mientras cojo el papiro y leo el título “El manantial de la Bestia”.»
La chica ha desaparecido. Sin embargo, ha llegado alguien muy especial; se ha sentado a mis pies mientras lee un papiro en voz alta:
—Haciéndonos sentir felices y a salvo. Y esta vez de verdad —dice con su voz tranquilizadora. Se gira y me mira, más allá de mis ojos y mi rostro; mira mi alma y la esencia que me mantiene con vida.
Continúa leyendo hasta terminar el papiro; no he necesitado mucho tiempo para darme cuenta que es una obra de Delia; su estilo inconfundible sigue enamorándome, pese a tener un corazón de piedra.
Se levanta, me abraza y me susurra:
—Feliz día del libro, Erik.
Vuelve a abrazarme y se separa un poco de mí. Enrosca el papiro y lo coloca junto a la rosa. Consigo leer el título: “Querida Elaia”.
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