Navidad desde las capitales
Oclunae —murmuro tras sentarme bajo el olmo.
Espero a que la canica se cargue mientras observo el terreno: el invierno ha quitado el follaje a los olmos, el viento y la ayuda de los criados ha limpiado el suelo de hojas. Y la nieve ha cubierto el olmedo dando una sensación de serenidad a la zona; la capa blanca cubre todo el suelo homogéneamente, con pequeñas protuberancias producidas por las piedras y las raíces de los olmos.
Una pequeña vibración me indica que la canica se ha cargado. Dejo de observar los copos que caen sobre mí para atender a la esfera. Comienza mostrándome las montañas de Meta a vista de pájaro, se acerca a la Gran Montaña y busco la casa de He. La nieve en Meta cubre más superficie que en Henar y dificulta la búsqueda, aunque termino encontrando la casa gracias a la leve columna de humo que sale por la chimenea. La escena se sigue moviendo hasta llevarme a Nogtengelm, la capital de Golybhe y el único lugar de los reinos donde el frío parece dar vida a la ciudad y llenarla de gente.
La canica recorre la capital mostrando calles y plazas, todas cubiertas por la nieve, hasta llegar a una pequeña plaza donde la nieve no ha conseguido superar la arena del suelo. La imagen me resulta impactante; en una ciudad con casas de piedra y pavimento adoquinado no esperaba encontrar una plaza de arena que parece sacada de una playa junto a Plava. Me sorprende más encontrar a Amanuj junto a uno de los Ioram, el fénix tratando de caldear el ambiente, sin mucho éxito, y el pingüino tumbado en el suelo.
Junto a ellos están Espora y He hablando tras muchos años sin verse; el cabello rubio de la elfa reluce con los pequeños copos de nieve y brilla como si estuviese hecho de diamantes.
—Has cambiado —dice He después de observarla un rato—. A mejor —añade antes de que Espora responda.
—Gracias, supongo —dice la elfa antes de darle un mordisco a la manzana que sujeta en la mano—. ¿Qué he mejorado?
—Se te ve más guapa —contesta He despacio. La respuesta es muy simple, aunque Espora no puede evitar sonreír y sonrojarse levemente—. No sé, igual es porque no estás tan estresada como antes —añade. Pienso en el pasado de Espora y se me viene a la mente su esfuerzo por conseguir habitar Zelenia.
—Ummmm —responde Espora. Está pensando un rato en silencio, da un nuevo mordisco a la manzana y añade—. Es posible, ahora no estoy tan presionada.
Un tumulto les obliga a terminar la conversación, Amanuj y el Ioram han decidido marcharse por una de las calles de la capital. Espora y He recogen sus cosas y les siguen lo más cerca que pueden; la multitud les impide avanzar con facilidad, aunque las llamas de Amanuj y el tamaño de ambos les permiten verlos de lejos. Cuando llegan a su lado Espora le susurra a He— Mira que bonita pareja hacen.
—¿Les dejamos solos? —pregunta el anciano mientras observa a la extraña pareja. Entre risas reculan un poco para caminar por detrás suyo y dejarles intimidad.
Continúan dando tumbos por Nogtengelm, sin mucho que decir; de vez en cuando se quejan del frío que hace y se meten en algún local para calentarse. Caminan sin rumbo fijo, aunque inevitablemente terminan frente a las puertas del lugar que les vio crecer.
—¿Te acuerdas? —pregunta He mientras observa el pequeño monasterio con la mirada perdida.
—Claro que me acuerdo, aquí fue donde nos vimos por primera vez —responde Espora.
—Y la última —añade el Ioram.
—Me traería buenos recuerdos, pero hace demasiado frío para pensar—dice Amanuj. Mira a sus compañeros y añade—. Hace un frío que mata pingüinos.
—Eres muy exagerado —le recrimina Espora. De todos, la que menos se ha quejado del frío ha sido ella, el que solo ha dejado de quejarse cuando entraban en los locales ha sido el Ioram. No puedo evitar reírme con el comentario del fénix aunque vuelvo a prestar atención cuando Espora dice—. No hace tanto frío, cualquiera que lleve más de dos prendas de abrigo es un exagerado.
—¿Cuántas capas de plumas llevas tú? —pregunta Amanuj al Ioram. Comienzan a reír y darse golpecitos cariñosos mientras Espora y He les observan.
—Son como críos —dice la elfa después de ver cómo el fénix inmoviliza al pingüino y este trata de zafarse de él. He asiente entre risas y sigue observando la pelea que tiene lugar junto a ellos:
Las dos criaturas tratan de tirarse al suelo sin mucho éxito, Amanuj parece tener más controlado al Ioram, pero esté le tiene inmovilizado para que no le consiga vencer. Entre movimientos toscos y rápidos van desplazándose hasta llegar junto a una pared, el Ioram salta hacia ella para impulsarse y desequilibrar a Amanuj. No consigue tirarle al suelo, pero consigue liberarse y provocar unas risas entre los presentes.
—Me ha faltado un huevo de fénix —dice Amanuj después de errar un golpe con una de sus alas.
—¿Cuánto mide eso? —pregunta el Ioram entre risas.
—Unos quince centímetros —responde el fénix mientras aproxima la medida con las alas. Continúan la pelea un rato más hasta que se despiden y regresan a sus hogares.
Me quedo pensando en lo que me ha mostrado la canica; la pareja entre el fénix y el pingüino era muy estrambótica pero ha conseguido hacernos reír a Espora, a He y a mí. Aunque me ha recordado que estoy sola, a punto de preparar mi unión matrimonial con Brune. “Yo solo quiero a alguien que me mire y me haga crecer, con el que pueda caminar sola y en silencio por Henar sin tener que preocuparme por nada y únicamente recordando lo que hemos pasado juntos.” pienso mientras hago figuras en la nieve inconscientemente. Observo el garabato y consigo distinguir tres colinas grabadas en el suelo. Le resto importancia al dibujo, aunque la M y la N que he dibujado me hacen pensar en algo antiguo.
Recuerdo el comentario de Espora y pienso en la ropa que llevaba cada uno: ella llevaba un vestido y poca ropa más de abrigo; He había cogido una prenda para resguardarse del frío, Amanuj y el Ioram llevaban todo su plumaje para calentarse. Todos en Henar llevamos varias capas de ropa para abrigarnos y no pasar frío. Y seguimos teniendo frío. Según ella en Henar somos unos exagerados.
—Claro, como ella es una fornida pescadora del norte —le susurro al cuervo blanco que me mira desde el olmo. Grazna rápidamente antes de levantar el vuelo y perderse entre la nieve que cae. Miro a mi alrededor una última vez: nada ha cambiado, la nieve sigue cayendo lenta y copiosamente dejando un manto blanco sobre la tierra, solo alterado por las raíces, rocas y el calor de mi cuerpo que ha derretido la nieve sobre la que me había sentado y me ha mojado el vestido.
Vuelvo al castillo y me dirijo a mi cuarto. Tras cambiarme y tomar algo de comida pienso “Puede ser el último día del año, podemos tener montones de invitados en el castillo, pero tanto en Henar como en el castillo están durmiendo todos.”
Me acuesto, saco la canica para observarle y antes de apagarla, susurro— Disclunae.
No hay comentarios:
Publicar un comentario