“Con los rayos del sol hicieron mi cabello,
con auroras verdes mis ojos fueron hechos.
Solo en mi cuerpo sobrevive el universo.”
Levanto la mirada y cojo aire, coloco el violín bajo mi barbilla y murmuro los versos de nuevo. Paso el arco por las cuerdas y comienza el espectáculo. «Mi, re, mi, re, mi, si, re, do, laa», susurro las primeras notas a la vez que hago sonar el instrumento. No necesito pensar para continuar la melodía, muevo mi brazo como una autómata dejando que las cerdas del arco rocen las cuerdas y desprendan el resto de la canción que me enseñó mi madre.
Una chica pequeña se acerca a mí y deja una moneda de cobre a mis pies, se aleja un par de pasos y me mira con los ojos muy abiertos, la sonrío y se vuelve corriendo junto a un señor que, supongo, es su padre. La sigo con la mirada hasta que termino de tocar la canción y comienzo una nueva.
Hay más personas que se acercan a mí y dejan caer sus monedas, algunos con prisas, otros deteniéndose a escucharme un rato antes de continuar con sus vidas. Echo un rápido vistazo a mis pies para ver cómo son las monedas; la mayoría son monedas de cobre, aunque también unas cuantas plateadas y una de oro. Miro a la gente que me rodea sorprendida, ¿quién ha podido dejar una moneda de oro? Un par de niños se acercan un poco y comienzan a bailar al son de la música, pruebo con un trémolo y acelero el ritmo de la canción; no puedo evitar reírme, miden poco más de cuatro palmos y se mueven como locos.
Cuando termino la gente comienza a aplaudirme entusiasmada, veo cómo se alejan, aunque hay alguno que se acerca para dejarme monedas. Hoy he conseguido lo suficiente para comer durante toda la semana; aun así, esta noche volveré a tocar en la posada. Recojo el violín y las monedas, guardo las de cobre y las de plata en una bolsita, cojo la moneda de oro y la muerdo. Es de verdad.
Un niño se acerca a dejarme algo y se marcha corriendo. Miro al suelo y recojo la pieza metálica que ha tirado el pequeño al suelo; es un anillo, un anillo con un pergamino enrollado en su interior. Los bordes están oscurecidos, como si los hubiesen pasado junto al fuego para quemarlo, lo desdoblo y leo la única frase escrita: “Te espero en la fuente del diablo”. Recuerdo las palabras que me dijo mi madre antes de marcharse “No te fíes de nadie…”, me gustaría hacerla caso e ignorar el mensaje, pero los bordes quemados me indican quién puede ser la persona. Aparte, un anillo significa compromiso, tengo que devolverlo.
Arrugo la nota antes de guardarla en un bolsillo de mi vestido y camino entre los árboles hasta llegar a la fuente del diablo; nunca me ha gustado esta fuente, está siempre rodeada de gente extraña y la propia estatua me resulta repulsiva. Retrocedo asustada al ver una repentina llamarada rodeando el diablo, un sonoro grito de sorpresa seguido de una lluvia de aplausos me tranquilizan, probablemente sea Vivi con alguno de sus espectáculos de fuegos, probablemente sea él quien mandase al crío dejarme el anillo.
Me siento junto a la fuente y espero a que aparezca la persona misteriosa; mientras tanto decido observar al tragafuegos: es bastante alto superando con creces las dos varas de altura, tiene los músculos muy desarrollados y la espalda ancha; la tez oscura, una cabellera rubia que le llega hasta la cadera y dos ojos de un color azul hielo le dan un toque de misterio perfecto para sus espectáculos. Hace malabares con las llamas y juega con ellas con la misma facilidad que un niño jugando con una pelota, la gente se acerca y se aleja de él según la intensidad del fuego, aplauden siguiendo el ritmo de los movimientos y dejan monedas cuando el fuego pierde fuerza.
Termina el espectáculo escupiendo fuego por la boca hacia la fuente del diablo, dejando consumirse unas pequeñas llamas en los ojos de la estatua. Se acerca a mí y me saluda con unos cuantos malabares.
—¿Cuántas veces te has quemado el pelo? —pregunto, ignorando sus juegos. Llevar el pelo suelto y jugar con fuego no es algo que, posiblemente, no recomienden en ninguna parte—. Por cierto, creo que esto es tuyo —añado lanzándole el anillo al pecho.
—El meu amor —responde él, inclinándose levemente en un intento de reverencia para burlarse de mí—, me alegro de que hayas venido… Quería ofrecerte un nuevo espectáculo —«No te fíes de nadie… aunque si te proponen participar en espectáculos novedosos, no desperdicies la ocasión», las palabras de mi madre resuenan en mi cabeza; el problema es que Vivi y yo no congeniamos demasiado… y trabajar junto a él significaría perder mi puesto en la posada—. Solos tú y yo. Viajando por las Tierras Antiguas con un espectáculo de música, fuego y arte inédito hasta ahora. El anillo puedes quedártelo… —dice antes de lanzármelo de vuelta—, así recordarás siempre este día.
—¿Qué quieres de mí?, ¿en qué consiste tu brillante idea?
—No te alteres artista, no creas que voy a confiar mis ideas a cualquiera —le miro con mala cara, con motivo: he pasado de ser su meu amor a ser una cualquiera con la que habla; no está haciendo méritos para convencerme—, o tal vez sí. La situación es esta: a la gente en esta ciudad no le sobra el dinero, últimamente solo vienen a ver mis espectáculos para pasar el rato y entretenerse, pero casi ninguno suelta su dinero; lo mejor para nosotros es buscar otra ciudad o preparar otro espectáculo que no hayan visto nunca. Ahí entras tú tocando tu instrumento como lo has hecho hasta ahora y entro yo jugando con mi fuego al ritmo de tu música.
—¿Eso es todo? —pregunto, incrédula; tantas tonterías para decirme que la gente no le da dinero y quiere hacer su espectáculo en el mismo sitio que yo, los dos a la vez—. Pensaba que ibas a proponer que tocase mientras tú prendías fuego al arco de mi violín o me quemases el pelo. Aparte, has mencionado la palabra “arte”, y luego solo la he visto en mi espectáculo.
—Esa idea me gusta —perfecto, encima le doy ideas para su espectáculo—. La parte de arte no te la pensaba contar hasta que no aceptases, pero al darme tú ideas, te daré yo la mía. Pretendo quemar esculturas en mis espectáculos, estatuas reales o hechas en madera. Tú…, ¿Tú puedes tocar tu violín con los dedos?
—Antes de aprender a tocar el violín con el arco, aprendí a tocarlo solo con los dedos.
—Perfecto —dice interrumpiéndome—. Yo quemaré las esculturas y haré malabares con mis fuegos mientras tú tocas el violín con un arco en llamas, cuando te quedes sin él continúas tocando con los dedos. Es perfecto.
—Ni lo sueñes —respondo—. Mi arco no lo toca nadie más que yo y no voy a permitir que se queme.
—Pero… —comienza a decir, aunque se calla; en sus planes no debía entrar la opción a una negativa por mi parte.
—Lo siento, pero no —me doy la vuelta y me alejo. A trabajar de nuevo.
En la posada el espectáculo es limitado, toco durante más de una hora mientras los clientes cenan. Toco sin tener que pensar en los movimientos del arco para conseguir que la música brote del instrumento. Toco pensando en la proposición de Vivi. Toco pensando en los meses que pasó mi madre enseñándome a tocar el violín. Toco recordando el día que cumplía primaveras y ella me regaló su violín con su arco, un par de piezas únicas en el mundo. Toco… con una lágrima asomando por mis pupilas.
Termino la melodía y comienzo la última de la noche, una canción para mí. Dejo el arco en la mesa y comienzo a tocar con los dedos, igual que hacía cuando aprendí: «Re, re, mii, ree, sool, faaaa…».
Crónicas de Golybhe
lunes, 14 de septiembre de 2015
viernes, 21 de agosto de 2015
martes, 18 de agosto de 2015
Wasat ~ DreamPlays
«Es hora de que salgamos del DreamPlay, nuestra aventura ya ha acabado» dice una voz en mi cabeza. Observo lo que me rodea: Golybhe, no quiero abandonar este mundo aún. Doy una vuelta en derredor tratando de fijarme en todos los detalles posibles; desde la colina tengo una panorámica de los dos grandes reinos, las Tierras Antiguas se despliegan al Eurus, con los cultivos, las zonas sombrías, los talleres artesanales, las murallas de las grandes ciudades y los canales, al Zephyrus consigo distinguir, difuso por la distancia, el desierto, montañas, bosques y mares de Golybhe. Toda la vista, modulada por las banderas de los reinos y… la estatua.
Sé que no es real, sé que volveré a verlo cuando llegue a la salida, pero necesito despedirme de él. Me subo al pedestal y abrazo su frío cuerpo de piedra, notando una calidez a la altura del pecho.
Ya es la hora. Me dirijo a la salida con decisión, no quiero salir, aunque es mi única oportunidad para volver a verlo. Antes de cruzar el umbral, acaricio el morro de Nuaj y cierro los ojos.
Noto cómo el ruido va apaciguándose a mi alrededor hasta terminar siendo un silencio casi absoluto. Cuando abro los ojos, vuelvo a encontrarme en la sala negra junto con Matthew.
Sonrío y le doy las gracias en silencio. No sé cuánto tiempo hemos estado en Golybhe, pero recuerdo todos los momentos que he pasado junto a él, los cambios de guión que ha preparado y lo que hemos compartido juntos. Le hago saber todo lo que siento antes de salir de la sala y volver a la inquietantemente ruidosa realidad.
«… si desean utilizar los DreamPlays y, para evitar esperas innecesarias, recomendamos reservar su sala con antelación. Recuerden tomar las correspondientes precauciones antes de configurar las salas, la empresa no se hace responsable de los accidentes que puedan ocurrir.
Bienvenido a los DreamPlays, hoy es 25 de Mayo de 3517; soy Diane, directora de la empresa. Desde la inauguración de la empresa hemos ofrecido a los clientes una alternativa en su tiempo libre. Si es la primera vez que nos visita le informamos que solo es necesario configurar con la mente la imagen del sitio al que se desea ir y la sala se transformará en una recreación exacta del sitio. Una vez en la sala pueden volver a configurar las características de su espacio creando una nueva imagen con la mente. Esperemos que disfruten de su estancia y vivan tantas aventuras como sus mentes les permitan. Recordamos a nuestros clientes que si desean utilizar los DreamPlays y, para evitar esperas innecesarias, recomendamos reservar su sala con antelación…», la voz resuena en bucle en mi cabeza.
Trato de aislarme del sonido, pero solo lo conseguiremos cuando salgamos del edificio. Tomo la mano de Matthew y camino junto a él, nos despedimos de la chica de recepción y salimos a la calle. La voz de Diane deja de sonar en mi cabeza, solo escucho el sonido de nuestros pasos, aunque en mi cerebro oigo todo tipo de conversaciones.
Mientras volvemos a casa recuerdo la conversación que tuve con Matthew antes de entrar en la sala; me dijo que íbamos a ir a Golybhe y, cuando le pregunté qué era, me respondió que era un mundo fantástico dentro de una novela que le leía su padre de pequeño. Iba a vivir lo que él imaginaba mientras lo escuchaba. Al preguntarle si el libro acababa bien dijo “Eso nadie lo sabe, nos toca continuar la aventura desde donde lo dejaron.”
—Hasta el personaje más pequeño puede hacer grandes obras —interrumpe Matthew; he debido pensar en voz alta y me ha escuchado.
—No deberías escucharme mientras pienso, todavía no sé controlar mis pensamientos —refunfuño mientras trato de darle una colleja cariñosa.
—Perdona, solo quería que tu recuerdo fuese más vívido —responde guiñándome un ojo.
—Llevo escuchándote casi toda la vida, no creas que se me va a olvidar el sonido de tu voz —vuelvo a cogerle de la mano y seguimos caminando en silencio recordando la historia que acabamos de vivir. Cuando recuerdo al ciervo blanco, pregunto— ¿Era Adia?
—Posiblemente sí, se llamaba Nuaj, pero siempre me lo he imaginado igual que Adia. En nuestra imaginación, un mismo ser puede estar en varios sitios a la vez. Aunque haya gente que lo niegue, en los DreamPlays casi todos los deseos se cumplen…
He reconocido esa frase; gracias a Matthew pude ser Elaia hace una semana, gracias a Matthew he sido Alexandra, gracias a él puedo vivir aventuras inimaginables. Me detengo cuando llegamos al porche de mi pequeña casa, me subo sobre sus pies pisándole y abrazo su cuerpo con fuerza. Noto una calidez a la altura del pecho y sonrío mientras oculto mi rostro en su cuerpo.
Mebsuta ~ Mar y bosque
—¿A quién besó Juk?, ¿Qué pasó después del beso? —pregunta Alexandra cuando termina de leer el primer relato. Enrolla el papiro y se lo devuelve a Delia esperando que le responda.
—El nombre de su pareja aparece en otras historia, espera un momento que encuentre el papiro —responde la escritora—. Respecto al beso…, hubo más besos, quedaron otras veces para verse y pasar el rato juntos… pero esas historias son privadas suyas. No encuentro el relato que estoy buscando, tendré que pedirle a Ella que nos lo narre.
Me giro sorprendida al escuchar mi nombre y preguntó qué tengo que contar.
—Lo que sucedió después del beso de los guardianes, lo que recordaron y vivieron esa semana.
—Me gusta esa historia, el primer beso del joven. Nunca entendí el nombre del relato, pero ya me lo explicarás algún día —digo, me aclaro la garganta y comienzo la historia:
«Llegaron a un claro del bosque donde el tono de las hojas perdía su tono rosado para ser verdoso como los árboles normales. Juk dio una vuelta en derredor contemplando maravillada la diferencia de colores del bosque y se dirigió al pequeño lago que se extendía frente a ella.
Se zambulló en el agua sin pensárselo dos veces; cuando asomó la cabeza, una cortina de agua ocultó su rostro mientras las gotas de agua recorrían rápidamente su cuerpo. Se acercó al límite del lago y contempló, meciéndose levemente, cómo Buejob se recostaba en la orilla frente a ella.
—¿Cómo crees que nos eligió He? —preguntó el elfo mientras se acomoda en el césped— No nos hizo ninguna pregunta ni nada, se limitó a observarnos y fue descartando a los elfos que me acompañaban sin decir ninguna palabra.
—Qué poco conoces el poder de las oceánides —respondió Juk, fijó sus ojos en los de su compañero con una mirada seductora y contempló jocosa cómo este se levantaba del césped y se tiraba al agua con la ropa puesta. Esperó a que saliese a la superficie para decir—. No me dijiste que fue tu primer beso.
—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo he acabado en el agua? —preguntó Buejob asustado y sorprendido por las palabras de la oceánide.
—Igual que He, solo he necesitado observar el agua de tu interior. Por eso te eligió a ti sin necesidad de preguntar nada. Lo de tirarte al agua… —comenzó a decir Juk mientras observaba a Buejob acercarse a ella hasta quedar muy juntos—, desconozco por qué lo has hecho. Pero no voy a privarte de pasar el resto del día con la ropa húmeda. ¿Qué sucedió cuando tocaste la Gema?
—Algo que no olvidaré jamás —murmuró Buejob—. Cuando He me la enseñó, sentí hacia ella una atracción mucho más fuerte que la que acabas de ejercer tú sobre mí; no podía dejar de mirar el remolino de tonos que giraba dentro de la gema, los colores se movían lentamente en torno a la estrella de energía del centro y soltaba leves ondulaciones periódicamente. Cuando la toqué, dejé de sentir mi cuerpo por unos instantes; comencé a sentir calor y frío por todo el cuerpo, tenía sudores, me quemaba el cuerpo y se me removían las tripa, pero me sentía antiguo, natural y poderoso. Poco a poco las sensaciones fueron desapareciendo hasta quedar un la extraño vínculo con la naturaleza.
—Cuando toqué la Gema me pasó lo mismo pero, del calor, me sentía seca hasta el punto de llegar a ahogarme. Al final me sentí libre, serena y poderosa… como las aguas del mar.
—Somos capaces de controlar la esencia de nuestra naturaleza, ¿eres consciente de la responsabilidad que esto implica no?
—Lo soy, defender Golybhe con la vida y trabajar para facilitar la vida de sus habitantes… —susurró Juk, la distancia que los separaba era tan pequeña que no necesitaban alzar la voz para escucharse. Se detuvo unos instantes a recordar algo y añadió—, aunque eso incluya tener que cavar túneles durante semanas, conectando todos los reinos por debajo de la tierra y dejar que caigan en el olvido
—Mejor que no recuerden dónde están; si lo supiesen… más de uno habría tratado de robar la Gema del Tiempo.
—Ya bueno, pero haber estado tanto tiempo cavando los túneles, con todo el esfuerzo físico y psicológico que supuso para nosotros, todas las dificultades como el hambre, los desprendimientos que más de un susto nos dieron o el tener que orientarnos bajo tierra para conectar dos túneles por instinto… y que no haya nada recordándolo… no me hace pensar muy bien de la gente a la que defendemos —dijo la oceánide con resentimiento.
—Lo de orientarse fue horrible; hemos terminado creando un laberinto bajo Golybhe y ahora nos perdemos cada vez que queremos reunirnos. Enviarte el mensaje para vernos y que llegase hasta Plava no fue nada fácil.
—Calla —respondió Juk. Se puso de pie en el lago e hizo que su compañero se levantase junto a ella; le abrazó mientras el agua recorría sus prendas y caía al lago. Posó su índice sobre los labios de Buejob para que no pudiese hablar—. Mejor no recordar nada más, no pienses si los elfos siguen usando el Agar-Agar o si los unicornios siguen vivos. Limítate a…
—Siguen usándolo —contestó el joven retirándose un poco de la oceánide para poder hablar—, el Agar-Agar ha sido uno de los grandes inventos de Zelenia, no solo permite a los elfos aprovechar al máximo la luz solar, también sirve para acercar a los elfos y árboles y hacerles dependientes unos de otros —la cara de Juk solo mostraba decepción y desconcierto, pero no sabía qué hacer para callar al elfo; este la miró, observó su gesto y continuó diciendo—. No sé si los unicornios siguen vivos, lo más mágico que he visto en mucho tiempo has sido tú.
Se inclinó hacia ella mirándola fijamente a los ojos. La energía comenzó a manifestarse en el ambiente, del lago comenzó a brotar con rapidez una planta, en torno a ella se originó un pequeño remolino con las aguas girando alrededor del trono. Cuando Buejob acercó sus labios a los de Juk, un hermoso castaño les servía de apoyo en mitad de las aguas.
Mantuvieron el beso mientras los árboles del bosque florecían rápidamente y comenzaba una suave llovizna. Al separarse, se miraron a los ojos y volvieron a fundirse en un nuevo abrazo.
—…disfrutar el momento —terminó de decir Juk, con la voz entrecortada y el rostro con tonos más rojos que el propio rojo.
—Te quiero —consiguió decir Buejob con una sonrisa sincera en los labios—. Es real.
—Yo te quiero más, tanto como gotas hay en el mar —respondió la oceánide mientras le daba un beso breve.
—Te quiero tanto como estrellas hay en el cielo. Siempre lo haré.»
—Es muy bonito… —dice Alexandra cuando termino de hablar—, muy romántico —sonríe, toma la mano de Erik y continúa hablando—. Aunque ahora tengo varias preguntas.
—Tú dilas, ya veremos si te respondemos —contesta He.
—¿La historia es cierta?, me refiero, ¿existen esos túneles y el castaño?
—Sí —responde Delia, me mira y prosigue—, respondiendo también a la pregunta de Ella puedo contaros que Buejob vino a verme, me narró la historia y me pidió que el papiro llevase mensajes ocultos, por eso recibe ese título; Ocultos —vuelve a mirarme, veo duda en sus ojos y asiento; «Deben saberlo», pienso—. Los túneles sí existen, las entradas las conocen muy pocas personas… por suerte. Si investigáis un poco sabréis dónde se encuentra cada una… yo solo puedo deciros que hay una en cada reino, pero que los túneles conectan todos los reinos así que, podéis entrar por Zelenia y salir en Bakar.
—He, junto a tu casa hay una entrada, ¿verdad? —pregunta Erik, la cara de Delia palidece rápidamente al escuchar al joven, mira interrogante al anciano y espera a que hable.
—Esa entrada no cuenta, sirve, pero está demasiado lejos —dice He, no parece convencer mucho a la escritora—. Tendréis que encontrar otra entrada.
—En el Bosque de los Ijubav, en algún lugar —responde Alexandra. He me mira con estupor, no puedo evitar reírme al comprobar que los dos jóvenes son más listos de lo que parecían—. Hay una energía similar a la de tu hogar. Aunque está más lejos aun; no nos sirve.
La sala se ha quedado en silencio. He parece incómodo, los dos jóvenes no han necesitado ni cinco minutos para acertar dos de las entradas a los túneles, la mayoría de los golybheños muere sin saber siquiera de su existencia. Recuerdo la segunda parte de la pregunta de Alexandra y decido romper el silencio— El castaño también existe, se necesita algo más que un sentimiento de amor verdadero para poder llegar a él; está oculto en lo más profundo del Bosque de los Ijubav.
—De acuerdo, gracias. Al final, nos costará menos encontrar el túnel que el castaño —comenta Alexandra entre risas—. La última pregunta, ¿Por qué un castaño?
—Representa la honestidad, la suerte y la protección; algunos dicen que junto al árbol se sienten en armonía con naturaleza, con nuestros semejantes y el Universo… ese puede ser el motivo —explico, recordando las leyendas que tengo guardadas en mis papiros. «También puede ser porque se besasen bajo un castaño y quisiesen inmortalizarlo», pienso, pero me lo callo.
—¿Qué pasa si la Gema del Tiempo se rompiese? —pregunta Erik con la mirada cargada de curiosidad.
—Mejor que eso no ocurra —murmura He.
—Sería nuestro fin —respondo con lentitud—. Terminaríamos siendo una historia, una leyenda para los que encontrasen evidencias de nuestra existencia, o la simple ilusión de un muchacho que solo quiera soñar.
Castor ~ Ocultos
Espero junto a la entrada de la cueva con un ojo observando caer las hojas rosadas del bosque y el otro atento al túnel que se extiende a mi lado. Finamente vestida, veo una silueta recorriendo el oscuro pasillo hasta que consigo distinguir a la muchacha entre las sombras. Extiendo mi brazo para ayudarla a terminar el último tramo del túnel y siento cómo acerca su cuerpo al mío cuando está junto a mí. La miro fijamente a los ojos y observo como titilan con un brillo de alegría, le devuelvo el abrazo con fuerza y, tras unos preciosos segundos, nos soltamos y nos miramos entre risas. Izo la barrera que nos impide salir de la cueva, me abrigo con la zamarra y miro a mi compañera con miedo. Zozobro antes de dar el paso y salir de la cueva; las últimas noticias del exterior las tuvimos en la Era Azul, hace cientos de años.
Las hojas se aplastan bajo el peso de nuestras pisadas con un ligero crujido. Caminamos juntos, dejando poca distancia entre nuestros cuerpos, simplemente, por la confianza que nos inspira caminar juntos, aunque prácticamente no nos conozcamos. Unimos nuestras manos cada cierto tiempo reforzando los lazos que comienzan a formarse entre nosotros. Muchas veces me sorprendo mirándola con curiosidad; contemplando su rostro con ternura y sonriendo por la felicidad que ella me transmite. “Perfecta, mi más perfecta casualidad”, no puedo pensar en otra palabra para definirla; para definir cómo decidió que nos reencontrásemos y decidiésemos salir de nuevo a la superficie. Levemente, aprecio un sonido distinto al de las hojas al pisarse y los pocos animales al moverse entre la vegetación; es un sonido suave, meloso y cautivador. Espero hasta que lo vuelvo a escuchar y me doy cuenta que es Juk hablando, el primer contacto oral que tengo en mucho tiempo:
—Antes, cuando iba caminando por el túnel…, temí que te hubieses echado para atrás y no te fuese a ver, o que me vieses, te asustases y huyeses de mí —reconoce Juk.
—Ñajerías —respondo rápidamente, me mira sorprendida y repito la palabra mentalmente; «¿Acabo de inventármela o la he escuchado antes?» —, pequeñeces, no tenía ningún motivo para huir de ti.
—O tal vez sí, prácticamente no me conoces.
—Sé que nos conocemos muy poco, pero sabes que no te iba a dejar hacer el viaje en vano.
Ignoro qué ha podido pasarle por la cabeza para decir eso, aunque el ambiente se ha vuelto incómodo entre nosotros; parece tensa. Trato de relajarla acariciándole la palma de la mano con cariño, le pido perdón y comenzamos a hablar de temas banales mientras caminamos:
—Estaba pensando en la primera vez que oí hablar de la Gran Montaña, no era más que un crío cuando comenzaron a decir cosas sobre la profecía.
—Quizá fue nuestra inocencia lo que nos llevó a visitar a He —comenta Juk—. “Un único guardián por cada reino”, eso repetían todas las oceánides. Imaginaban por las noches cómo sería su vida si He las seleccionaba, y por el día trabajaban con ahínco para conseguirlo; no me viene a la cabeza una época antes de la Era Verde más próspera para Meta. Recuerdo estar muy nerviosa el día que fui a verle, la noche antes de comenzar el viaje no pude dormir y cuando me encontré frente a él, casi me caigo del sueño que tenía. Ojalá me hubiese acordado de coger hierbas medicinales y no hacer el ridículo.
—Menos mal que no te acordaste o igual He no te hubiese escogido a ti —respondo con una sonrisa tonta en el rostro—. Uno de los elfos que fue conmigo a la Gran Montaña se excedió tomando plantas relajantes hasta quedarse dormido. Cuando quisimos continuar la marcha, perdimos gran parte del día tratando de despertarle —pienso en la última frase que ha dicho y añado—. Haríamos bien si no quisiésemos cambiar nuestro pasado; es lo que nos ha llevado a estar donde estamos y ser como somos… —observo a Juk con afecto, trato de imaginar dónde estaría ahora si ella hubiese tomado las plantas pero elimino rápidamente el pensamiento y murmuro—. O no te habría conocido nunca…
Antes de que llegue a responder, la tomo de la cintura y la miro a los ojos hasta perderme en ellos. Susurro palabras incomprensibles de las que solo consigo entender un “Sí” que no sé si pregunto o afirmo. Imagino por un instante el momento que tantas veces he visualizado en mi mente, pero prefiero no pensar en nada. En cualquier caso, este momento ya es mejor que todos los anteriores. Me inclino hacia ella sin dejar de mirarla a los ojos, poco a poco hasta conseguir juntar nuestros labios con torpeza. Parpadeo lentamente, cierro los ojos y me dejo llevar por el momento; los sonidos del bosque suenan distantes, solo estamos Juk y yo. Recorro con la mano su espalda con delicadeza, acariciándola lentamente cuando nos separamos. Espero varios segundos mientras la observo con cariño; sonrío y vuelvo a besarla.
Alhena ~ Serás eterno
Azur, sinople, gules, sable, oro, plata… vivo envuelta en multitud de colores, jóvenes antiguos pasan junto a mí con ovillos de seda de distintos colores y, en toda la plaza, el suelo está lleno de retazos. Los mejores costureros de las Tierras Antiguas continúan tejiendo las banderas de la nueva era mientras los carpinteros tallan y colocan los mástiles en su sitio.
Camino sin rumbo fijo por la plaza, observando cómo hilan las banderas; distingo las montañas nevadas de Meta, el sol de Žut, los robles de Zelenia…. Escucho a alguien enumerando cada una de ellas y me detengo para escucharlo:
—Por Golybhe: Campo de sinople, ciervo de oro leopardado. De azur, monte de sinople acompañado de un sol poniente de oro, media luna de plata en el franco cuartel diestro y de siete estrellas, también de plata en el siniestro. Cuartelado, en uno y cuatro de anaranjado al pergamino de plata, en dos y tres de púrpura a la pluma de oro. En campo sinople, roble dorado con tres de lo mismo de más reducidas proporciones en la punta y en los flancos. En campo de sable, unicornio de plata acornado y saltante. Mantelado. Primero, de sinople, roble dorado. Segundo, de azur, tres montañas de plata de distintas proporciones siendo la central la de mayor tamaño. Tercero, de goles, sol dorado. De sable, cuatro palos de oro. De gules, sol dorado. En campo de oro, rosa de los vientos de su color. De leonado, toro de oro leopardado. En campo azur, tres montañas de plata de distintas proporciones siendo la central la de mayor tamaño. De sable, cuatro palos de plata. En campo de sable, yunque y martillo de plata. De cobre, hoja de sauce de su color. De gules, huevo de oro con grietas de sable y una llama de su color en la parte superior. De azur, oceánide de plata. Cuartelado y entado en punta. En el primer cuartel, de sinople, un roble dorado. En el segundo, de azur, tres montañas de plata de distintas proporciones siendo la central la de mayor tamaño. En el tercero, de gules, sol dorado. En el cuarto, de azur, una oceánide de plata. Entado de cobre, una hoja de sauce de su color. Lleva escusón de plata, con una gema azur. Partido. Primero en sinople, ciervo de oro leopardado. Segundo, de azur, monte de sinople acompañado de un sol poniente de oro, media luna de plata en el franco cuartel diestro y de siete estrellas, también de plata en el siniestro. Por las Tierras Antiguas: De negro, una llama de su color. De gules, león rampante de oro… —Trato de distinguir las banderas, una por una; aún tienen varios días hasta acabarlas, pero están bien organizados.
Continúo andando junto a los mástiles mientras los jóvenes preparan las lazadas y los ganchos para las futuras banderas. Todo el mundo colabora, cavando hoyos para los mástiles, llevando material o alimentos y bebida a los que trabajan, o cantando para que los ánimos no decaigan.
A media mañana llegan He y Ella acompañados por un muchacho de mi edad. Se acercan a mí y me presentan al joven.
—Él es Chrstan, se encargará de esculpir la estatua según le indiques —comenta He—. Piénsalo bien, el mármol es difícil de arreglar.
Saludo a Chrstan y asiento a las palabras de He; llevo tiempo pensando en la estatua.
—Tenemos un bloque de mármol que nos delimita el tamaño, no puede tener más piezas que las que ya estén en su interior —me cuesta entenderle, ser el mejor escultor de la época no podía no tener defectos, aunque me imagino que no quiere trozos de mármol añadidos al bloque que tenemos—. Por suerte, el bloque es lo suficientemente grande como para tallar a una persona a escala. ¿Qué habías pensado?
—Vale, no hay ningún problema —respondo, recuerdo por enésima vez su rostro e imagino la estatua antes de contestar—. A ver, sería una representación suya de pie, con el brazo derecho en tensión y un hueco en la mano para sostener la espada cruzando el cuerpo, y el izquierdo como si fuese a entregar una flor. Con las piernas en contraposición y un pie adelantado. ¿Es posible?
—Sí, no habrá ningún problema. He me ayudará mientras trabajo para describirme el rostro y el físico del joven —Me siento más tranquila, sé que He recuerda su rostro perfectamente y no dejará que salga mal. Antes de comenzar a trabajar, pregunta—; ¿alguna característica más?, puedes pedir lo que quieras.
No estoy segura de qué pedir; tengo una idea en mente pero no sé si querrán satisfacerme. Miro a He y termino intentándolo:
—Por favor, que miré a la luna —digo, me miran sorprendidos y me explico—; que su mirada se dirija a la zona dónde se encuentre la luna durante más tiempo.
—De acuerdo, estará orientado al Eurus, para poder ver el amanecer, con la vista algo elevada para poder ver la luna casi todas las noches —responde Chrstan después de garabatear en un papiro.
Me despido de ellos y les dejo trabajando, dibujando bocetos y medidas de la escultura en el papiro; me tumbo sobre la hierba y, con la alegría de un joven al que le regalan algo, pienso «Te esperaré, cuando miremos el cielo cada noche; en la misma dirección».
Tejat Posterior ~ Contando estrellas
Estamos tumbados sobre el césped contemplando el atardecer. Aún no hemos salido de Zelenia por lo que no necesitamos preparar las tiendas de campaña para pasar las noches. Mientras el resto del grupo descansa y se alimenta, nosotros nos dedicamos a pasar el tiempo juntos, observando, en silencio, cómo los tonos del cielo viran indicando el final de otro día.
Cuando el sol está a punto de desaparecer en el horizonte, me sorprendo acariciando con cariño el cabello de Alexandra; se reclina hacia mí y termina apoyando su cabeza en mi pecho.
—Eres muy cómodo —murmura tras varios minutos dándonos caricias. No puedo evitar una pequeña risa; es la primera persona que me dice eso.
Seguimos tumbados mientras las estrellas comienzan a aparecer en el firmamento; cuando distingo la primera constelación, la señalo y digo:
—Esas dos líneas de estrellas que se unen por un extremo… —Alexandra asiente dándome a entender que se ha situado—, forman la constelación de Géminis. A un lado están Castor, la segunda estrella más brillante, Mebsuta, una estrella gigante, Tejat Posterior y Tejat Prior, un sistema con muchas estrellas juntas; el otro lado lo forman Wasat, un sistema con dos estrellas muy juntas, Alhena y Pólux, la más brillante de todas. La constelación de Géminis es la constelación de los gemelos, de Castor y Polideuco. Los dos nacieron del mismo huevo; hijos de una reina y el mayor de todos los dioses, Castor era mortal mientras que su hermano era inmortal. Tras la muerte del primero, Polideuco rechazó su condición de inmortal si no podía compartirla con su hermano. Su padre acordó dejarlos vivir seis meses cada año en el hogar de los dioses y el resto en el Inframundo.
—Cómo… ¿Cómo sabes todo eso? —pregunta Alexandra girándose hasta quedar tumbada sobre mí y mirándome con los ojos muy abiertos.
—Una amiga me obligó a aprendérmelos, las estrellas de la constelación de su cumpleaños y la leyenda que la acompaña —explico, tratando de recuperar una imagen mental de su rostro. «La echo de menos…, echo de menos mi vida en Madrid»
—Tu amiga era lista, quiero que me cuentes más historias de tu mundo —dice con los ojos haciéndole chiribitas de la ilusión— ¿Cuál es tu estrella favorita? —pregunta volviendo a girarse para mirar al cielo junto a mí.
—Ese de ahí —respondo mientras señalo un punto cercano al lugar por el que el sol ha desaparecido—. Venus, todas las noches que estoy al aire libre lo busco… —¿Lo buscas? —me interrumpe Alexandra.
—Sí, no es una estrella sino un planeta —noto cómo Alexandra se acomoda a mi lado—. Me gusta pensar que ella, o cualquier otra persona, está mirando el mismo punto que yo… No sé, es una tontería, pero que dos personas en distintos lugares, observen en la misma dirección a la vez, me parece bonito… especial…
—Sí es bonito —murmura. Señala un punto más brillante que el resto y añade—. A mí me gusta más esa, siempre tan brillante… me siento segura cuando la veo sobre mí, vigilando.
—La Estrella Polar, indica dónde está el Boreas. Siempre se ha utilizado para orientarse en el mar y en la montaña.
—Ahora me gusta más; me vigila y me guía —dice Alexandra entre risas.
No puedo evitar no reírme con ella. Continuamos hablando durante horas, observando las estrellas abrazados sobre el césped.
Un sonido lejano nos sorprende pocos segundos antes de que el sol comience a despuntar en el horizonte. Nos miramos sorprendidos al ver lo rápido que ha pasado la noche y nos abrazamos con aún más fuerza.
—Feliz día, pequeñaja —digo mientras el alba tiñe de color un nuevo día.
—No soy pequeña —murmura con ternura, inclinándose sobre mí para parecer mayor de lo que es.
—Más que yo sí —respondo entre risas mientras le peino el cabello por encima.
—Bueno, visto así… —vuelve a apoyar la cabeza en mi pecho y dice— Feliz día.
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